La falacia de tratar a todos por igual. Igualdad versus Equidad

Jun 2023

En un principio parece que el hecho de tratar a todos de la misma manera, con igualdad, nace de una intención de hacer las cosas de manera equitativa y justa. Responde a una necesidad de organizarse para no olvidar a nadie. Para repartir las fuerzas, los cariños, las riquezas entre todos aquellos a los que amamos. Es un tema organizativo de saber que no voy a descuidar. de que no me va a faltar.

Sin embargo, actuando desde este concepto, nos quedamos más en el plano de la mente que desde el Sentir. Hemos hecho los números antes de salir de casa pero no estamos abiertos a la realidad, a observar las necesidades, a valorar los hechos que deberían ser la base para modelar nuestras decisiones. Nos estamos programando y a veces incluso reprimiendo.

Nos llenamos la boca de «justicia»  que nos tranquiliza sin llegar a ver la justicia moral que se deriva de la propia vida, de la propia experiencia.

Tratar a todos exactamente por igual se convierte en algo forzado cuando la Verdad es que cada uno de nosotros es completamente especial y diferente en todos los aspectos: carácter, conciencia, mente, y en especial, acciones.

Con esta forma de pensar, del trato igual, independientemente de los factores y esencia que nos rodean, se puede acabar alimentando la injusticia.

Tratando a todos por igual es discriminar

Por ejemplo premiando al que no aporta o infravalorando al que si lo hace o dando a quién no necesita o no agradece, o no dando ni incentivando a quién se ha esforzado y lo merece.

Esta manera de proceder alimenta un poco el «todo vale» indistintamente de lo que haces. Alienta el etiquetar uniformemente: mis hijos, mis nietos, mis trabajadores,… y desatiende la esencia de cada uno, aquello que nos hace diferentes, en lo que somos en esencia, en lo que obramos, y se crea un desequilibrio en uno mismo, porque la vida es más saludable cuando fluye, cuando se baila en el dar y en el recibir equilibrado y con sentido.

Si reparto las ganancias de mi empresa entre todos por igual y no valoro o incentivo a quien propone, crea, aporta y al final acabo recompensando al que hace lo mínimo, no soy un buen juez, pues hay un desequilibrio de fondo. Aunque sea más fácil y rápido hacer reparto de esta manera que parece «igualitaria».

Nuestra sociedad tiene tendencia a la uniformidad, al regular, al no dejar resaltar/brillar, a camuflar a los vagos y a los mediocres, te quita la chispa de cada uno.

Por otra parte, el actuar con esta filosofía de «todos por igual» a lo mejor nos estamos escudando del posible reproche del que recibe menos o diferente.

Nuestra sociedad ve con buenos ojos esta manera de proceder, por eso, cuando un padre muere, la herencia se reparte a partes iguales independientemente de que algún hijo haya caído en el olvido u otro haya dedicado, tiempo, energía y economía al cuidado del progenitor.

La igualdad es una norma social pero no divina o natural.

Lo divino, lo natural, lo moral, sería pararse en todo momento a valorar lo que corresponde, lo que se necesita, lo que es justo, teniendo en cuenta a quién tienes delante, e intentando adecuarnos a la realidad.

No debo sentirme culpable por dar más abrazos al hijo que lo necesita o compensar la dedicación que me presta un nieto frente a otro. Es una manera de decir al universo, a uno mismo y a la persona que está contigo, la verdad sobre la corrección a la hora de plasmar nuestras acciones y nuestro Sentir. Decir que nos hemos damos cuenta y que con nuestras acciones y decisiones estamos generando equilibrio.

El equilibrio, el orden, se genera a partir de la suma de nuestras diferencias en plenitud, no recortándonos a todos con un mismo patrón.

Yo puedo decir de corazón que quiero a todos mis hijos por igual, pues el amor nace desde el corazón y el lazo profundo no tiene mesura, pero debo ser capaz de reconocer si con uno tengo más afinidad, si con otro veo que no obra bien, y deberé actuar en consecuencia para ayudar que la coherencia y equilibrio reine en las relaciones y no auto-engañarnos con reparticiones pre-hechas con sacrificios auto-impuestos por el bien de la «igualdad» de trato.

Si se da a uno algo y a otro una cosa diferente, hemos de ser capaces de explicar el porqué, si este se atiene a la razón y al sentido.

Se han de hacer las cosas de manera que se de el equilibrio entre todos los afectados.

Que el dar y el recibir quede compensado y exista paz de ánimo, verdadera estima capaz de comprender y de valorar porqué pasan las cosas y porque se recoge lo que se ha sembrado.

Seria mejor pensar no tanto en reparticiones/tratos iguales sino en flujos de compensación equilibrados, justos, con sentido.

Es como si decidiese regalar a todos mis hijos, mis nietos,… un abrigo de piel porque es el regalo más caro o más deseado por uno de los hijos y para que no haya agravio lo regalo a todos. Pero en realidad uno de mis hijos no necesita un abrigo sino un libro y otro resulta que está en contra de los abrigos de piel, pero yo hago caso omiso.

Volviendo a un contexto laboral, si recompenso por igual al que pasa de «puntillas» por la oficina como al que genera valor, innova, al final si que se está generando un camino del «todo vale» que puede generar frustración y consecuencias nefastas para la empresa.

En resumen, es un tema que no es sencillo, y que lo importante es revisar siempre el porque hacemos lo que hacemos, desde donde nace esta decisión y manera de proceder. Validar si actuar de otra manera me haría más bien, si es «por el que dirán» el que actúo así, si es una tradición (siempre se ha hecho así), y a partir de ahí revisar sin miedo y sin culpabilidad mi sentir y finalmente proceder adelante ya no por la norma «inamovible» de que debe ser así, el tratar por igual, sino porque hago las cosas con consciencia, armonía y sentido.

Y es que en la mayoría de las veces tratando por igual, nadie acaba contento, ni siquiera el propio corazón del que actúa.

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