Esta mañana yendo hacia mi oficina de creatividad, en la esplanada de la ermita de la Salud del Papiol (¡qué excelente inversión! 30 min. de sudor de subida y 20 min de aire fresco de bajada y ¡qué marco más inspirador que sumergirte en la dicha de la naturaleza y hoy con la compañía de la música de las risas de los niños de una escuela!), me he encontrado con uno de esos momentos mágicos que solemos experimentar cada día (¿los experimentas?).
Iba yo caminando, sin prisas, por el camino (cuando encuentras el sentido a tu vida desaparecen las prisas) cuando me ha llamado la atención sus borduras. En otras ocasiones no hubiera hecho caso a la llamada, fijado en llegar a los 30 minutos de subida, pero en esta ocasión me he parado, total, ¡qué más da 30 min que 40! si nadie me obliga, es mi propia elección….
Me he puesto a SENTIR de dónde provenía esa llamada. He empezado a observar «la maleza» del camino. Estamos en primavera y se encuentra en plena exuberancia, en pleno esplendor. He empezado a sentir la belleza del entorno, su armonía, sus colores, su brillo, pero prestando atención, en el fondo había un desorden si miraba el detalle: cada planta con su tamaño,con su forma, con sus heridas, pero cada una contenta de lo que era y abriéndose camino a lo que debiera ser, conviviendo con las otras plantas, compartiendo el mismo espacio.
Veía cómo se sonreían entre sí y oía cómo intercambiaban impresiones en su lenguaje universal y regalaban sonrisas (algunas carcajadas) por doquier. Me decían que todas las mañanas, TODAS se saludaban y que TODAS, todas las noches se deseaban un buen descanso y que no entendían de especies ni familias, que solamente sabían que eran VIDA y que seguían dichosas el empuje vital que les dirigía desde su raíz.
Ninguna conscientemente quería estar por encima de las otras, cada una cogía lo necesario y suficiente para hacer su función, lo que les permitía dedicar tiempo para desarrollarse en su crecer y en su crear particular belleza. No se preocupaban de las flores o frutos que tenían las demás, ni siquiera de lo que hacían, sino que disfrutaban de su compañía, orgullosas de sus propias flores y frutos que ofrecían gustosas a quien los necesitara.
Fijándome aún, más reconocí algunas «caras» que me eran conocidas. Allí estaban: habían plantas que en mi empeño de perfección geométrica de mantener mi jardín, desgarraba su vida legítima para mantener un orden dogmático, casi artificial. Sentí compasión por ellas. Entendí que dentro del desorden aparente se generaba una armonía global que daba una inusitada belleza a ese momento.
Poco a poco fui desviando mi sentir hacia el camino, un camino que había realizado miles de veces de diferentes maneras, con diferente compañía. Aunque lo había observado con detenimiento hoy me quería dar un mensaje especial. Empecé a imaginar a miles y miles de almas corriendo y sudando (la mayoría sufriendo) cabizbajos por el camino marcado. ¿Por qué corren? me preguntan las plantas. Un camino ordenado en su más mínimo detalle, insípido, amplio, fácil, plano pero sin vida, marcado y escrupulosamente mantenido por machos.
Almas que no movían su cabeza a su alrededor obstinadas en conseguir lo que no necesitaban y a ser lo que no querían ser. Almas que castigan y fuerzan su cuerpo para desconectar con su día a día precisamente de ese camino, pero no paran ni un segundo para ejercitar su corazón y ver a su alrededor y conectar con la vida. Batir la marca es su objetivo. Ser mejor que los demás es su objetivo. ¿Tienes el objetivo de ser la mejor versión de ti mismo?.
Almas que siguen un camino yermo, marcado por los machos, cuando la vida se abre de forma exuberante a su alrededor. ¿Dónde creéis que están los colores? ¿Dónde creéis que están los olores? ¿Dónde están las sensaciones?
De pronto me viene un sentimiento de paz al venir a mi una imagen en la que poco a poco el camino empieza a ser cubierto por esa aparente «maleza» (la vida se abre camino tarde o temprano) y observo cómo caminan con pies descalzos, libremente, sin prisas y con gozo esas mismas almas que había visto antes. Contemplo la visión general y se produce el mismo fenómeno que había visto antes: aparentemente caminan sin un camino marcado, no se distingue en la globalidad de la bendita «maleza», pero si me fijo en más detalle veo sutilmente que cada uno deja una profunda y necesaria huella de su paso: la de su propio camino.
Con una sonrisa en la cara vuelvo al aquí y reemprendo el camino, acorde a MI camino. Un camino marcado que uso, que no sigo. Soy consciente de cada paso que doy sobre el y soy libre de elegir salir cuando quiera, cuando lo precise.
Aunque no tengo prisa siento el empuje de ir directo hacia arriba y aprovecho las facilidades que me ofrece ese camino.
Siento que debo estar en este camino para acompañar y alentar a mis congéneres.
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